“Él lo intentó otras veces”: ocho meses sin Luis Mario

- El joven de 28 años se fue, dejando un vacío que duele en cada rincón, pero su historia nos enseña a escuchar y acompañar a quienes sufren en silencio
Por Ángel Hernández
Xalapa, Ver.- 26 de septiembre marcará ocho meses desde que Luis Mario Rivas Zamudio de 28 años decidió irse. Ocho meses desde que la casa de Irene Zamudio quedó con ecos de risas que ya no se escuchan, con habitaciones que guardan un vacío frío y silencioso. Cada objeto parece recordar su presencia: la taza de café que él usaba todas las mañanas, la chaqueta colgada que nunca volvió a llevar, el aroma del perfume que aún flota en el aire como un recuerdo que duele.


“Él… Él… Él lo intentó otras veces”, dice Irene, y su voz se quiebra, como si cada palabra arrastrara un pedazo de su corazón. Recuerda aquel 26 de diciembre, después de una Navidad llena de luces parpadeantes, abrazos cálidos y villancicos. Luis Mario se fue tras haber compartido momentos felices con ella, con sus hermanos, con toda la familia. La casa estaba llena de risas, y ahora el silencio pesa más que cualquier sombra.
Luis Mario era un joven que podía iluminar cualquier lugar con su sonrisa, pero esa luz se apagaba cuando la depresión lo atrapaba. Había días en que su cuerpo no respondía, en que la tristeza le hacía imposible levantarse, perder trabajo, dejar la escuela, alejarse de amigos. Irene recuerda las noches interminables entrando a su cuarto, con el corazón encogido, escuchando el más mínimo ruido, esperando que no hubiera pasado lo impensable. La angustia era un nudo constante en su garganta, un frío que no se quitaba ni abrazando a sus otros hijos.


“No me siento culpable”, dice Irene entre lágrimas, mientras sus dedos acarician la fotografía de Luis Mario. “Siempre le di lo que yo sabía… lo que tenía… pero no siempre es suficiente”. Aun así, cada recuerdo le devuelve gratitud: los domingos desayunando juntos, su risa estallando en la cocina, el sonido de su voz narrando alguna broma absurda.
Cada instante, aunque breve, fue un regalo que ahora duele más por su ausencia.
El sistema también lo falló. Luis Mario trabajaba en Monterrey y perdió su empleo por acudir a consultas psiquiátricas. “Llevó su justificante del psiquiatra que veía y no se lo aceptaron”, recuerda Irene.
La indiferencia, la incomprensión, la falta de oportunidades… todo eso se convirtió en cicatrices invisibles que lo empujaron hacia la desesperanza.
Luis Mario no era solo un joven con problemas; era un niño herido, un ser incomprendido, un hijo amado, un hermano, un amigo. Su historia es un grito silencioso: mirar, escuchar, acompañar a quienes sufren. Cada lágrima de Irene es también una advertencia: que nadie más tenga que vivir el peso de la soledad silenciosa que destruye lentamente.


Irene habla con el corazón abierto: “Si mis palabras pueden ayudar a alguien, aunque sea a una sola persona, me sentiré contenta. Que la muerte de mi hijo no sea en vano”. Cada palabra parece flotar en la habitación, como un susurro que atraviesa la piel, que obliga a sentir la fragilidad de la vida, que recuerda que detrás de cada sonrisa puede haber un dolor profundo.
Luis Mario… Luis Mario Rivas Zamudio. Su nombre se queda en el aire, entre los objetos de la casa, en cada esquina donde su risa alguna vez existió. Es un recordatorio de que podemos ser la luz que alguien necesita para seguir viviendo, de que escuchar puede salvar vidas.




